martes, 5 de diciembre de 2017

Perros enjaulados

Llaman al timbre y mi amo va a abrir la puerta.

  • Señor: Hola, M.M., me alegro de verte.
  • Señora: Hola, I., yo también me alegro de verte. Uy, qué raro que hayas abierto tú en vez de tu criada 😉.
  • Señor: Ahora verás. Se ha portado fatal y la tengo castigada.
  • Señora: No me hables que vaya mañanita me ha dado a mí también el perro este...

Los oí avanzar por el pasillo hasta el salón, donde yo me encontraba.

La señora entró y su sumiso, al que traía sujeto con su correa de perro, detrás de ella.

  • Señora: Bueno, perrita, parece que no te has portado muy bien, ¿no?

Me avergonzaba mucho mirarla y no fui capaz de responderle. Ella venía espectacular, con unos vaqueros perfectamente ajustados a sus torneadas piernas, unas botas de alto tacón y una blusa blanca a través de la cual se dejaba adivinar un fino sujetador de encaje del mismo color.

Yo... estaba en el centro del salón, delante del sofá, desnuda, de rodillas y... dentro de una jaula de perros que mi amo había adquirido recientemente para mis castigos.
Foto tomada de internet.
Me sentía muy humillada y noté como toda la sangre se me subía a la cara haciéndome enrojecer.

  • Señora: Saluda por lo menos, perra me dijo mientras acercaba la punta de su bota a la jaula para que se la besara.
  • Señora: Perro, ¿ves cómo está la perra por haberse portado mal?  Pues ahí te vas a quedar hoy con ella. Con la mañana que me has dado, bastante con que no te deje en la puerta... ¡Desnúdate!

A. se quitó la ropa sin rechistar. Se quedó completamente desnudo a excepción del cinturón de castidad que traía puesto, una especie de jaulita que le apretaba la polla. La señora le obligó a entrar en la jaula en la que yo me encontraba. El espacio no era muy grande, pero podíamos estar los dos de rodillas sin mucho agobio.

  • Señora: Y ni se os ocurra tocaros. I., hoy me parece que solo nos divertiremos tú y yo.
  • Señor: Mmmmm, por mí, encantado.

Los dos señores se sentaron en el sofá, justo al lado de nosotros, y tras una ligera conversación comenzaron a besarse y a acariciarse.

No tardaron en quitarse la ropa y la señora tomó la iniciativa a la hora de chincharnos. Se levantó y se sentó en una de las esquinas de la jaula, con las piernas abiertas:

  • Señora: I., mira cómo a los perros les gusta lamer. Vamos, perros, aquí tenéis trabajo. Turnaos para chupar, no quiero peleas.

Y A. y yo nos turnamos para lamer el coño de nuestra ama ante la atenta mirada de mi señor. Éramos dos perros enjaulados babeando por tener el regalo que nuestra dueña nos daba, su rico coñito apretado contra los barrotes de la parte de arriba de la jaula. Nuestras caras brillaban bañadas por la mezcla de sus flujos con nuestras salivas.

  • Señora: Ya vale, perros  nos dijo levantándose de golpe, acercando su cara hacia la jaula y escupiéndonos a los dos, hoy no habéis merecido comerme el coño. El coño de vuestra ama hoy es solo para I.

Después se levantó, echó su torso desnudo sobre el techo de la jaula y abrió sus piernas.

Mi amo no tardó en entender la invitación y se puso tras ella a acariciar su espalda, sus pechos, su culo...

  • Señora: Mira los perros cómo nos miran, I. Os gusta mirar, ¿verdad, perros? Pues ahora, mientras I. me folla, vosotros vais a chupar mis pezones desde ahí abajo.

Y, diciendo esto, nos volvió a escupir en la cara a los dos.

  • Señora: Restregaos mi saliva por la cara, perros. Y dadme las gracias por dejaros disfrutar de esto desde la jaula, que sabéis que no lo merecéis.

Entonces vimos cómo la polla de mi dueño la penetró por detrás. Ella se estremeció, gimió y volvió a escupirnos.

  • Señora: Puta, restriégate mi saliva por las tetas. Y tú, cabrón, haz lo mismo.

Mientras nos untábamos su saliva por donde ella nos ordenaba, tratábamos de chupar sus pezones a través de los barrotes, aunque los empujones que mi amo le daba hacían que sus pezones se restregasen traviesos por toda nuestra cara, resultando difícil apresarlos con la boca.
 
La siguiente vez que nos escupió nos ordenó restregarnos su saliva por el coño y por la polla respectivamente. La polla de A. parecía que fuese a reventar la jaulita de castidad y mi coño chorreaba manchando la mantita de perro que teníamos bajo las rodillas.

La señora gemía mientras mi amo la follaba y nosotros, los perros, estábamos inquietos, excitados y sin apenas poder movernos. Respirábamos jadeantes y los dos babeábamos cada vez que lamíamos los pezones de la ama.

  • Señor: Perra, saca tu mano y tócame los huevos.

Los barrotes de la jaula estaban muy juntos, pero me permitían sacar los dedos y tocar con sus puntas los huevos de mi dueño, a la par que rozar con suavidad el clítoris de la señora.

A medida que los jadeos de los señores iban a más, nuestros corazones de perros latían más deprisa y más luchábamos por poder chupar los pezones de la señora, asalvajados como ya nos encontrábamos.

Nuestra excitación llegó al máximo en el momento en que nos dimos cuenta de que ella se estaba corriendo. Chupamos sus tetas con desesperación y contuvimos nuestras ganas de tocarnos cumpliendo con las órdenes recibidas.

La señora se corrió antes que mi señor y entonces le oí a él preguntarle:

  • Señor: ¿Te importa si me corro en la cara de mi perra?
  • Señora: Solo si me dejas que le siga escupiendo 😉.
  • Señor: Por supuesto.

Y así fue como mi amo se corrió sobre mi cara a la par que la señora nos escupía sin parar. Cómo necesitaba un orgasmo...

Entonces no sabíamos qué vendría después. Los amos, una vez terminaron, se sentaron a descansar en el sofá, justo delante de la jaula que ocupábamos. A. y yo estábamos avergonzados y sucios, pero muy excitados.

  • Señora: Ahora me apetece ver un documental de animales... 😋, así que nos váis a enseñar a I. y a mí cómo se aparean dos perros enjaulados, a ver de lo que sois capaces...

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