sábado, 3 de febrero de 2018

El arnés

El primer día que la señora Amadelmar y su sumiso estuvieron en nuestra casa viví por primera vez unas cuantas experiencias que nunca antes había vivido.

Todo era nuevo, excitante y maravilloso, pero si algo recuerdo con especial intensidad fue el momento en que la señora se colocó el arnés con polla y se dispuso a follarme.

Había fantaseado muchísimo con la idea de tener sexo con una mujer, pero la realidad es que nunca había pensado en el tema del arnés.

La señora apareció con él, me lo había comprado como un regalo y como un juguete que se quedaría en mi casa aguardando sus futuras visitas.

El tamaño de la polla de aquel arnés era considerable y ver a la señora, tan femenina, tan sexy, con aquello colocado dispuesta a ensartarme me producía un morbo tremendo.

La señora colocó sobre el suelo mi manta de perra, me tumbó sobre ella boca arriba y se echó sobre mí. Ya me había hecho chupar aquella polla, así que entre mi saliva y el líquido que brotaba de mi coño no tuvo ninguna dificultad para penetrarme. Antes al contrario, me clavó hasta el fondo el enorme pene adosado al arnés y comenzó a meterlo y sacarlo de mi coño con un movimiento rítmico de sus caderas.

El hecho en sí de que me follara me encantaba, pero lo que me resultaba de una exquisitez absoluta era acariciar a la par su cuerpo de mujer mientras me lo hacía: disfrutar de su piel suave y sin vello, de su cinturita estrecha y sus caderas anchas, tocar sus grandes pechos y pellizcar sus duros pezones. Palpar su cuerpo femenino mientras me follaba como un hombre volvía mi mente loca y me proporcionaba un placer extraño e intenso.

Pero, además, sentir su dominio sobre mí mientras mi amo nos observaba atento a nuestro lado y su sumiso tomaba fotos, me producía un sentimiento de humillación y una excitación inusual. Era más una sensación de placer mental que físico: la sensación de que ella estaba sobre mí haciéndome lo que quería, controlando toda la situación sin yo poder resistirme, que mi amo disfrutaba viendo cómo una mujer me dominaba, mientras el sumiso nos hacía fotos. Me excitaba sentirme como un trozo de carne a merced de los demás, proporcionando placer a todos de diferentes maneras.
La señora Amadelmar y yo.

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